CARL GUSTAV JUNG
Los complejos y el inconsciente
Mientras que la Edad
Media, la Antigüedad e incluso la humanidad entera desde sus primeros balbuceos
vivieron en la convicción de un alma sustancial, en la segunda mitad del siglo
xix se asiste al nacimiento de una psicología «sin alma». Bajo la influencia
del materialismo científico, todo lo que no puede verse con los ojos ni
aprehenderse con las manos se pone en duda y hasta sospechoso de metafísico, se
vuelve comprometedor. Desde ese momento sólo es «científico» y, por consiguiente,
admisible, lo que es manifiestamente material o lo que puede ser deducido de
causas accesibles para los sentidos. Tal trastrocamiento se había iniciado
mucho antes, en una lenta gestación, muy anterior al materialismo. Cuando la
era gótica, que se había alzado con un impulso unánime hacia el cielo, aunque
apoyándose en una base geográfica y en una concepción del mundo estrechamente
circunscritas, se derrumbó, quebrantada por la catástrofe espiritual de la Reforma,
la ascensión vertical del espíritu europeo se vio frenada por la expansión horizontal
de la conciencia moderna. La conciencia no se desarrolló ya en altura, sino que
ganó en extensión geográfica e intelectualmente. Fue la época de los grandes
descubrimientos y del ensanchamiento empírico de nuestras nociones del mundo.
La creencia en la sustancialidad del espíritu cedió, poco a poco, ante una
afirmación cada vez más intransigente de la sustancialidad del mundo físico,
hasta que, al fin—tras una agonía de casi cuatro siglos—, los representantes
más avanzados de la conciencia europea, los pensadores y los sabios, consideraron
al espíritu como totalmente dependiente de la materia y de las causas materiales.


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